Literatura y Ciencia
Cuatro Ejemplos de una Curiosa
Intersección
Alberto G. Rojo
En una valoración rápida, la ciencia y la literatura sirven a dos divinidades contrarias: la inteligencia y las emociones. Esta visión - aunque parcial y burda - tiene cierto fundamento: el escritor se ocupa de conmovernos con mundos imaginados; el científico, de descifrar el mundo real. Sin embargo, las grandes obras literarias dirigen miradas profundas a la realidad y los grandes avances científicos redefinen los límites de la imaginación, de manera que es concebible que las dos disciplinas, en un sentido amplio, se intersecten. Como científico aficionado a la literatura estoy siempre atento a esas intersecciones y quisiera mostrar, de manera sucinta, cuatro ejemplos de obras literarias que contienen o inspiraron, soluciones a problemas científicos.
Nombraré un solo caso de la ciencia ficción, género que, a pesar de cierta leyenda, no anticipa prácticamente ninguna invención tecnológica o descubrimiento científico. Por ejemplo, el submarino existía mucho antes de 1870, cuando Julio Verne publicó Veinte Mil Leguas de Viaje Submarino; más aún, en 1864, durante la guerra civil norteamericana, las tropas del Sur usaron con éxito un submarino de nueve tripulantes en un ataque naval contra el Norte. Quizás la única "invención" genuina de un escritor de ciencia ficción sea la comunicación mediante satélites geoestacionarios, predicha por Arthur C. Clarke en 1945. Sin embargo, Clarke publicó su idea primero en una revista técnica de manera que, en rigor, este caso tampoco es atribuible a la ciencia ficción.
Me referiré, en cambio, a problemas puramente científicos (y no tecnológicos) anticipados de algún modo en obras literarias .
1-Aquiles y la generación espontánea. En 1668, Francesco Redi, médico en jefe de la corte de los Medici publicó Esperienze Intorno alla Generazione degli Insetti (Experiencias en torno a la Generación de los Insectos), donde lanza un formidable ataque a la doctrina de la generación espontánea. Redi, que era además poeta y aficionado a la literatura clásica, cuenta que inició los experimentos que culminaron en su obra después de leer el libro diecinueve de la Ilíada donde Thetis, madre de Aquiles, cubre el cadáver de Patroclo (amigo de Aquiles) para protegerlo de los gusanos y las moscas que "corrompen los cuerpos de los hombres muertos en batalla". Ahora bien, ¿por qué cubrir el cuerpo si, según Aristóteles, los gusanos y las moscas pueden surgir directamente de la carne en descomposición? Motivado por esta duda, Redi condujo una serie de experimentos (los primeros rigurosamente controlados de la biología) con diversas sustancias orgánicas y concluyó que ni las plantas ni la carne se descomponían cuando estaban aisladas de moscas y mosquitos y, por lo tanto, no juegan un rol en la generación de insectos sino que proveen un nido para su gestación a partir de huevos u otras simientes. Si bien la idea de la generación espontánea revivió con el descubrimiento de los microorganismos y fue descartada por completo mucho depués por Lazzaro Spallanzani y Luis Pasteur, el trabajo de Redi es un verdadero descubrimiento científico inspirado en una obra literaria.
2-Poe y la paradoja de Olbers. En 1823, el físico alemán
Heinrich Wilhem Olbers planteó la siguiente paradoja: si el tamaño del universo
es infinito y las estrellas están distribuidas por todo el universo, entonces
deberíamos ver una estrella en cualquier dirección y el cielo nocturno debería
ser brillante. Sin embargo, el cielo es oscuro. ¿Por qué? Si bien no existe una
respuesta satisfactoria, la mejor solución hasta el momento supone que el
universo no existió por un tiempo indefinido sino que tuvo un comienzo. Por lo
tanto, nuestra visión del cielo sólo se extiende hasta la distancia que la luz
recorre en un tiempo igual a la edad del universo. No vemos estrellas que están
más allá de esa distancia porque la luz que empezaron a emitir en el momento de
originarse todavía no llegó a la tierra. La extensión del universo será
infinita o, si no infinita, por lo menos de una vastedad más allá
de toda mesura; sin embargo, el universo visible es comparativamente chico y no
alcanza a cubrir el cielo con estrellas. El primero en imaginar esta
solución (de manera cualitativa pero correcta) no fue un fisico ni un astrónomo
sino Edgar Allan Poe, que en Eureka: un Poema en Prosa, publicado en
1848, dice: "La única forma […] de entender los huecos (voids) que
nuestros telescopios encuentran en innumerables direcciones, sería suponiendo
una distancia al fondo (background) invisible tan inmensa, que todavía
ningún rayo proviniente de ahí fue todavía capaz de alcanzarnos".
¿Asombroso? Quizás no tanto; cuando la ciencia llega hasta el borde mismo del
conocimiento necesita imaginación más que otra cosa y la imaginación de
Poe era sin duda de las más libres y poderosas de su tiempo.
3-Borges y los mundos cuánticos. Según la teoría de la mecánica cuántica (junto con la relatividad una de las teorías más revolucionarias del siglo XX) las partículas microscópicas adolecen de una llamativa esquizofrenia: pueden estar simultánemente en varios lugares y sólo pasan a estar en un lugar definido cuando se las observa con algún detector. La teoría (extensamente confirmada por el experimento) predice la probabilidad de encontrar la partícula en un lugar dado. Ahora bien, ¿cual es el mecanismo por el cual la partícula "elige" el lugar en el que será detectada? Esta pregunta resume el llamado "problema de la medición", irresuelto hasta el día de hoy. La única salida coherente -aunque extravagante para muchos- es la llamada "Interpretación de los Muchos Mundos", que Hugh Everett III publicó en 1957. Según esta teoría, en el momento mismo de la medición el universo se divide y se multiplica en varias copias, una por cada resultado posible de la medición. Lo más llamativo es que el primero en concebir universos paralelos que se multiplican no fue Everett sino Jorge Luis Borges, quien, sin saberlo, anticipa la idea de manera prácticamente literal. En "El jardín de los Senderos que se Bifurcan", publicado en 1942, Borges - el poeta más citado por científicos - propone un laberinto temporal en el que, cada vez que uno se enfrenta con varias alternativas, en vez de optar por una y eliminar otras, "opta -simultáneamente- por todas. Crea así, diversos porvenires, diversos tiempos, que también proliferan y se bifurcan."
4-Sagan y el viaje en el tiempo. ¿Es posible viajar en el
tiempo? La pregunta siempre inquietó a Einstein, ya que la teoría de la
relatividad admite ciertas soluciones donde la distinción entre el
"antes" y el "después" se pierde para puntos muy lejanos en
el espacio y en el tiempo. El primero en mostrarlo matemáticamente fue el
lógico Kurt GØ del
en 1949, aunque su solución corresponde a un universo rotante que no es
el que habitamos. En 1986 Carl Sagan publicó Contact, una novela de
ciencia ficción en la que describe un wormhole (una de las soluciones de
las ecuaciones de Eintein que conectan puntos lejanos de un mismo universo)
construido por una civilización antigua para realizar viajes super-rápidos. En
1988, inspirados por la novela, tres cosmólogos, Michael Morris, Kip Thorne y
Ulvi Yursever, publicaron un artículo en el que especulaban que, si se
tenía en cuenta la mecánica cuántica, el viaje en el tiempo a través de estos wormholes
era posible, aún cuando las implicaciones - el autoinfanticidio por ejemplo -
fueran absurdas. Si bien el trabajo es controvertido y acaso Sagan no tenga la
estatura literaria de Homero, Poe o Borges, el ejemplo me parece interesante.
En un polémico ensayo publicado en 1959, C. P. Snow, un científico convertido a la literatura, enarbola, casi en tono de diatriba, la idea de que los científicos y los humanistas pertenecen a "dos culturas" que se ignoran. Roland Barthes, en su ensayo "Literatura versus Ciencia", sostiene que la diferencia radica en el lenguaje: mientras para la literatura el lenguaje es su mundo mismo, la ciencia ve en él un simple instrumento para describir la realidad. Los casos que mostré (no son los únicos) sirven de contraejemplos a estos puntos de vista que conciben separadamente ciencia y literatura. Además, quien haya leído los trabajos de Einstein, Feynmann o Heisenberg, podrá advertir un uso expresivo y hasta lírico del lenguaje que va más allá del mero instrumento. Por ejemplo, los escritos (científicos) de Galileo, en particular los párrafos en que describe la luna, son auténtica literatura -no en vano Italo Calvino lo consideraba el mejor escritor en prosa del idioma italiano. Literatura es literatura y ciencia es ciencia, pero en los territorios de la imaginación comparten una frontera indiscernible; quizás porque a veces, refractados por cristales diferentes los grandes misterios convergen al mismo foco; quizás porque, en definitiva, todo lenguaje es metafórico.
Ann Arbor, 2001